sábado, 19 de diciembre de 2009

La semilla del diablo


Título original: Rosemary's baby
País: EEUU
Año: 1968
Director: Roman Polanski
Guionista: Roman Polanski, basado en un guión de Ira Levin
Reparto: Mia Farrow, John Cassevetes, Ruth Gordon, Sidney Blackmer, Maurice Evans

Los peor pensados imaginarán que nos hemos dejado llevar por el morbo que en los últimos meses viene arrastrando el nombre del, por otro lado, genial Polanski. Lo cierto es que lo único morboso en la elección de esta reseña es inaugurar esta sección a menos de una semana de las navidades con una cinta, para empezar, de terror, y por si fuera poco con esta temática. El argumento es de sobra conocido, pero no soy tan mala persona como el traductor del título original al castellano (¿No podían haberlo dejado en "el bebé de Rosemary"?) y me abstengo de reventar el final. Será por el espíritu navideño.

Aunque no vaya a destripar el desenlace, pincelemos una breve sinopsis. Rosemary, una despreocupada ama de casa, y Guy, actor que anhela el exito, son un joven matrimonio que acaba de mudarse a la celebre casa Bramford. Alli conoceran a los Castevet, unos ancianos algo entrometidos que se vuelcan en atenciones hacia ellos y les animan a tener hijos pronto. Una noche Rosemary tendrá un inquietante sueño en que es forzada por una criatura horrible, pero als buenas noticias hace que se acabe olvidando del incidente: está embarazada, y la carrera de su marido despega. Sin embargo, una serie de acontecimientos comienzan a inquietarla con respecto al niño que esta esperando.



La semilla del diablo es una lección magistral de suspense. Durante la película no hay sangre. No hay monstruos, salvo en un sueño. No hay gritos, ni siquiera hay sustos. ¿Entonces por qué es terror, y por qué atrapa tantísimo? La clave está en sugerir sin mostrar. En no hacer que el espectador sepa, sino que intuya. Igual que la misma Rosemary, vamos recabando detalles y uniéndolos en nuestra cabeza: fuera de ella, al menos aparentemente, no pasa nada. Nada por lo que preocuparnos. Luego viene la duda. Una intranquilidad creciente que susurra "las cosas no pueden ir tan bien". Primeras señales. Apenas visibles, sutiles, pero que cobran una fuerza tremenda tremenda al volver sobre ellas. Igual que una (navideña) bola de nieve, cada pequeño detalle podría pasar desapercibido hasta que le damos vueltas. Y con cada vuelta crece más y más, hasta que estallamos. Hacia el final, excitación: ya sabemos lo que va a pasar, tiene que ser eso. Y luego la verdad se nos presenta, tan simple y encantadora como horrible.

Mia Farrow es en gran medida responsable de la facilidad con que nos identificamos con Rosemary y sus inquietudes. Su interpretación es impecable. Tanto que cuesta darse cuenta de que uno de los puntos más recordados de la película, la escena en que acaba rompiendo a llorar superada por su inquietud constante, no es una actuación: la actriz recibió en pleno rodaje una carta de su marido, Frank Sinatra, con los papeles del divorcio. Farrow rompió a llorar ahí mismo, y Polanski decidió parar el rodaje hasta que cedió a la insistencia de la actriz, que quería terminar el mismo día. Como anécdota, las disputas en el matrimonio comenzaron justo cuando aceptó el papel protagonista de la película, en contra de los deseos del cantante, y estuvo varias veces a punto de dimitir. Sólo una parte de la leyenda negra de Rosemary's baby.

A pesar de esto, la nota en cuanto a interpretación se la lleva Ruth Gordon en su papel de vecina metomeentodo que valió su oscar. Aparte de la estatuilla, consigue que entren ganas de darle un puñetazo. Totalmente creíble. Tanto, que en el 76 repitió papel para una miniserie estrenada en televisión.
John Cassavetes cumple, pese a las altas espectativas con las que tuvo que luchar (antes que en él se pensó en Robert Redford y Jack Nicholson). Correctísimo el resto del reparto.

En cuanto a los aspectos técnicos, los planos en los interiores del edificio, que predominan durante la película, están escogidos con precisión milimétrica. Hay escenas que consiguen todo su efecto debido al ángulo de la cámara y nada más, mostrando cuadros cotidianos y en absoluto inquietantes. El edificio, por cierto, también tiene su anécdota: en principio se pretendía rodarla en el tristemente famoso edificio Dakota, hogar de la estrella de cne de terror Boris Karloff, del espiritista Aleister Crowley y lugar en que John Lenon murió asesinado. Y no es la única escabrosa anécdota que rodea la película: se habla de que fue Anton LaVey, fundador de la iglesia de Satán, quien interpreta al demonio durante la violación (algo totalmente desmentido, pero muy arraigado en la mente de millares de seguidores).

La influencia que nos deja en el cine es innegable, como también lo es su presencia en la cultura popular: remake spara televisión, canciones, cómics, una secuela en forma de novela... todo ello alimentado por leyendas de todo tipo y por la controversia en torno a Polanski. Leyenda sy polémicas que, al margen d elo que ocurra, han colocado a Rosemary's Baby en un puesto muy especial en la historia del cine, y no me refiero al de terror.

Feliz Navidad. Pasad miedo.

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